El volumen de tus ojos...





“ Las mujeres son como las moscas:
se posan en el azúcar o en la mierda”

Música para camaleones, Truman Capote.




Hay un hombre sobre una cama de dos plazas, las piernas tapadas por una frazada color salmón. Hay una mosca sobre el vidrio del ventanal, aprovechando los últimos centímetros que quedan de sol. No tienen mucho más para decirse; el hombre había agotado todas las posibilidades: contó anécdotas, interrogó, contestó preguntas que nadie había formulado. En poco tiempo, se quedarán a oscuras; en poco tiempo más, hay una mujer que debería regresar.

Ella salió de la habitación con el pelo mojado, con el apuro vanidoso de la gente ocupada. Él miraba la puerta, creyéndose solo y la mosca recorría la altura de un techo barnizado, creyéndose libre. (Un lugar limpio, sin esos huecos negros desde donde se descolgaban, viles y rectas, las arañas.) Se encontraron en los granos blancos que habían quedado esparcidos sobre la mesita de luz. “No te hagás ilusiones, es edulcorante, ella no permite azúcar en la casa...


si querés seguir leyendo...

Bang-bang... Kevin!



El Bang Bang Club. Cuatro fotógrafos compartiendo la locura de congelar el horror del mundo. Ni flores, ni sonrisas, ni lunas.
Mínimas distancias entre el cuerpo de la máquina y el de la víctima. Y un zoom que te va inoculando sus heridas.


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Marinovich y Silva: los sobrevivientes.
Oosterbroek, muerte en su puesto de combate fotográfico.
Y Carter. Carter y su gran fotografía. Carter y todas las lecturas posibles de un instante perpetuo.
Sudán.1993. Kevin Carter y Joao Silva. “El Triángulo de la Hambruna”. Llegaron en un avión de las Naciones Unidas cargado de comida.

“Los pobladores hambrientos rodearon el avión, salvo aquellos demasiado débiles para caminar, que esperaban sentados alrededor de un improvisado comedor”.
Los dos vieron fotos por todas partes, así que se separaron por el campamento.

“Le estaba sacando fotos a una nena arrodillada, que apoyaba la cabeza contra el suelo, y de repente un buitre gigante se posó detrás de ella. Seguí disparando, y recién después espanté al buitre”
Vendió la foto al New York Times, y ésta se convirtió en un símbolo de la hambruna, usada en infinidad de posters y campañas. Cuando se publicó en el diario neoyorquino, llegaron a la redacción miles de cartas preguntando qué había sucedido con la niña, qué había hecho el fotógrafo. Carter tuvo que confesar que no había hecho nada.



1994. la foto ganó el Premio Pulitzer.
“Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella, No quiero ni verla. La odio”decía.


Y agrega su compañero: “Cuando estuvimos en Somalía en 1992, en medio de la hambruna, ninguno de los dos recogió a un solo chico enfermo o agonizante, aunque vimos cientos. Los mirábamos morir y sacábamos fotos. Yo me sentí impotente cuando fotografié a un hombre cuyo último hijo se le estaba muriendo en sus brazos. Eran buenas fotos; la tragedia y la violencia son imágenes poderosas; por eso las pagan así. Algo de la emoción, de la empatía y la vulnerabilidad que nos hacen humanos se pierde cada vez que apretamos el disparador”.


Kevin Carter entró a su camioneta, conectó el caño de escape a una manguera, cuyo otro extremo echaba los vapores dentro de la cabina herméticamente cerrada y se calzó su walkman. Su nota suicida, de más de ocho páginas, decía: “Estoy deprimido, sin teléfono, sin dinero... atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres, furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que apretan el gatillo con alegría, policías y ejecutores... Voy a reunirme con Ken, si tengo suerte”


"depressed ... without phone ... money for rent ... money for child support ... money for debts ... money!!! ... I am haunted by the vivid memories of killings & corpses & anger & pain ... of starving or wounded children, of trigger-happy madmen, often police, of killer executioners... I have gone to join Ken if I am that lucky."


El club llegó a su fin.
“Nos sentíamos culpables. Nos sentíamos buitres. Habíamos pisoteado cadáveres, metafórica y literalmente, para ganarnos la vida. Pero no habíamos matado a esa gente. De hecho, salvamos vidas… El sentimiento de culpa quizá tenía que ver con nuestra incapacidad de ayudar. Manejar la culpa es fácil. Superar la incapacidad de ayudar es mucho más difícil, casi imposible. Hoy puedo decir que no sufrimos ni la centésima parte de lo que sufrió la gente de nuestras fotografías. Hoy puedo decir que no éramos responsables: solamente testigos”.

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"Dejemos que las imágenes nos persigan. Incluso si sólo son pedazos y no pueden describir toda la realidad a la que se refieren, aún tienen un objetivo. Las imágenes nos dicen: esto es de lo que los seres humanos son capaces de hacer, de forma voluntaria, entusiasta, sancionada". Susan Sontag